Si descuidamos aprender sobre “el mundo dentro de nuestros corazones”, esto conducirá
al estrés, la ira, la violencia, la ansiedad, la depresión y el comportamiento antisocial. Si
por otra parte, nos ayudamos unos a otros a llevar una existencia equilibrada, no solo nos
beneficiamos nosotros mismos sino a aquellos con quienes llegamos a contactar.
Ernie Christie – Director Asistente, Educación Católica de Townsville, Queensland,
Australia – distingue claramente entre frutos y beneficios:
“Cuando los niños comienzan a meditar, si les preguntas qué están obteniendo de la
meditación, se concentran en los beneficios de la meditación. Dirán cosas como: me siento
más calmado, me siento más focalizado, me gusta estar quieto, me puedo concentrar
mejor; así, estos serían los beneficios de la meditación. Pienso que si preguntas a los
docentes y a los padres qué estaba pasando durante la meditación, escucharías sobre los
frutos de la meditación, los frutos del espíritu, cosas como: son más buenos con sus
amigos, son más alegres, más amorosos; así que los beneficios son lo que los niños dicen,
los frutos son lo que otra gente ve en ellos”.
Los niños son naturalmente alegres. La alegría, sin embargo, no es algo que podamos
definir o analizar. Entramos en la alegría como un fruto del Espíritu Santo. No alentamos a
los docentes, o a los niños a su cargo, a meditar con el objetivo de ser alegres; en realidad
les enseñamos que no hay una medición, ni graduación, ni expectativas, ninguna manera
real en la cual ellos puedan definir su progreso. La meditación cristiana no es una técnica
que aprendemos con el único objetivo de obtener un resultado. Es una práctica diaria que
ofrecemos como parte de nuestra fe. La alegría – si la alegría viene – es un puro regalo.
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