“Aquiétense y conozcan que Yo soy Dios”. – Salmo 46
Ver a los niños en profunda meditación es una vista que conmueve. Te das cuenta que ellos están experimentando una profunda y bella quietud interior. Esto es más que una simple ausencia de movimientos corporales; incluye una calma interior y el reconocimiento que en ese particular momento todo está bien – una experiencia vital en un mundo donde los niños y las niñas con frecuencia son acosados por la incertidumbre. Este corto período de meditación silenciosa en su cronograma diario no solo les da confianza, sino que les proporciona autoestima para encarar los temas que muchos de ellos tienen que encarar. Les da a la gente joven una mayor capacidad de tratar con cualquier turbulencia en sus vidas de hogar o con potenciales conflictos en el aula. Lo más importante, ellos han aprendido a hacerlo. El docente solo ha proporcionado el ambiente apropiado para que esto ocurra; el resto es puro don. Todo lo que el niño necesita hacer, de la misma manera que todo aquel que desea meditar, es ser fiel a la práctica, porque “la Experiencia es el Maestro”. Esta práctica de la meditación es una disciplina que los niños y las niñas gustan hacer. Parecen disfrutar el retorno a ella diariamente, sin ninguna expectativa de resultado específico, solo por el puro deleite de hacerla. Aun así, aunque la práctica no se hace con el objetivo de beneficios específicos, el impacto de estos períodos de quietud es notable en las vidas de los niños, más allá de las sesiones de meditación. Los jóvenes meditadores se vuelven cada vez más atentos no solo durante los períodos de quietud, sino en sus subsiguientes actividades de aprendizaje, cuando son capaces de prestar más atención a lo que se enseña. Se cultiva su habilidad para prestar atención. Están aprendiendo a prestar atención a sí mismos, a otros (incluyendo a sus docentes), y, en su vida de oración sobre todo, a escuchar a Dios. Como era de esperar, hay un estrecho vínculo entre esta clase de atención y la clase de cuidado que ofrecen a sus familias y a sus seres queridos. Asi como se vuelven más atentos, también se vuelven más amorosos. Como dijo un docente: “Cuando meditas, estás directamente en paz y esto a su vez genera sentimientos positivos – sentimientos de bondad y bien y esto es realmente apoyado por el autocontrol, la perseverancia y la paciencia de los niños. Esto ocurre en cada situación – así que hallo que es realmente beneficioso para los niños en todos los niveles”
Komen